La sombra del último tren by Amanda Clark

La sombra del último tren by Amanda Clark

autor:Amanda Clark [Clark, Amanda]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-06-02T00:00:00+00:00


LA ALACENA

19 de abril de 1941, Jaca

Dorotea estuvo tentada de no levantarse de la cama. Quería quedarse oculta bajo las sábanas para siempre, quizá pudieran protegerla de las vejaciones de Álvaro. Aquella noche su marido había sido especialmente cruel. Prefería no pensar en ello, pero las imágenes volvían a ella una y otra vez, como si estuvieran anidando en su retina: la mirada furibunda de Álvaro mientras la poseía, el desprecio en cada golpe que asestaba a su ya magullado cuerpo. Estaba segura de que terminaría por matarla. Un día no podría resistir más los embistes y se desplomaría para no volver a abrir los ojos. A veces pensaba que sería lo mejor. No tenía ningún sentido seguir viviendo, ¿de qué servían tantas riquezas si terminaban tratándola peor que a un animal? ¿para qué tanta ostentación si no le permitían salir de casa sola ni cumplir sus sueños?

Natividad entró en la habitación con su discreción habitual y retiró las cortinas a la hora de siempre. El sol de primavera le abrasó los ojos y Dorotea retiró la mirada. Cuando la doncella terminó de alisar los visillos, se volvió hacia ella. Natividad palideció al ver el estado en el que se encontraba. El cabello revuelto caía sobre su espalda, repleta de arañazos sangrantes. Su rostro no debía tener mejor aspecto: notaba el labio caliente y sentía palpitaciones en las mejillas, como si tuvieran un corazón propio. El camisón estaba rasgado, y había manchas rojizas salpicando distintas zonas de las sábanas y de su cuerpo. Natividad logró reponerse de la impresión unos segundos más tarde. La escuchó tragar saliva antes de decir:

—Le prepararé una tina de agua caliente.

Dorotea la habría abrazado si no le hubieran dolido tanto las articulaciones. Un baño era justo lo que necesitaba para arrancarse la sangre seca y la humillación de la piel. La doncella se retiró al aseo contiguo; el sonido del agua le llegó como un gorgoteo adormecedor y logró serenar un poco su ánimo. Natividad apareció unos minutos más tarde y la ayudó a levantarse de la cama. No la soltó, quizá sospechando que sus piernas no la sostendrían. Cuando llegaron al servicio, la doncella le retiró los restos del camisón y los depositó hacia un lado sin mediar palabra. Luego la condujo hasta el interior de la tina y comenzó a lavar sus heridas con cuidado. Dorotea cerró los ojos y trató de no pensar en el escozor que el jabón le provocaba en la carne maltrecha y agradeció que Natividad no dijera nada: lo último que necesitaba eran preguntas o palabras de aliento. Ambas sabían que estaba atrapada en aquella situación y que nadie podría remediarlo. De nada servirían falsedades o esperanzas sobre tiempos mejores. Álvaro jamás cambiaría y ella no podría dejar de odiarlo ni aunque fuera el último hombre sobre la faz de la Tierra.

Antes de que la ayudara a arreglarse, Dorotea le pidió que la dejara un momento a solas. Natividad pareció reticente a abandonarla en ese estado, pero al final obedeció.



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